Amuletos

En tiempos donde todo parece dar lo mismo, Melon Sosa —escritora, docente y trabajadora comunitaria villamariense— nos invita a mirar de nuevo. Su poema “Amuletos” es una declaración de amor por la gente que siente, que abraza, que repara y acompaña. Una oda a quienes no se rinden, a quienes siembran humanidad en medio del ruido, a quienes son bastiones de luz en los días más oscuros.

Fuente: El País sobre el Remedios Varo "el taller de los sueños"

Amuletos

 

Leí algo sobre los amuletos.
Los amuletos son como esas personas a las que no todo les da lo mismo.
Hay importancias, desde lo más efímero: como si el agua está lo suficientemente caliente para el café o el mate, pasando por si tengo algo de dinero para comprar comida o si el alma, anda bien alimentada.
Me gusta la gente que no le da lo mismo.
La gente que mira a los ojos.
La que toma de la mano.
La que abraza y no le incomoda el contacto de los cuerpos, aún, cuando otros cuerpos hayan herido.
La que aún rota, ha decidido hacerse puntadas sin anestesia y seguir.
La que siembra vida en lugar de muerte.
La que suspira en el detalle y se atreve a explorar las profundidades de lo incómodo.
La que sabe que lo más valioso que se le puede entregar a alguien, es tiempo y atención.
La que sabe acompañar en los silencios.
La que no se dispone a hacer las cosas así nomás.
La que se desviste de prejuicios y dispone los sentidos.
La que se sienta con los sucios, los rotos, los desviados, los descosidos, buscando algún resabio de humanidad.
Los que atestiguan ante lo injusto y no negocian sus convicciones.
Los que gritan ante el miedo, los que escriben, los que crean, los que construyen puentes.
Los que aún dándose por vencidos, conservan la chispa.
Los que aprenden a hacer pausas cuando se pierden, para reencontrarse y rearmarse con otros.
Los que creen, los que contemplan.
Los que no esperan menciones ni ser recordados.
Los que tienen un andar liviano y pueden estar en paz con su consciencia.
Los que caminan con las manos en los bolsillos, cediendo siempre el paso o el lugar.
Los que acompañan aún sin saber cómo.
Los que se comprometen con los demás, a esos que no les da lo mismo.
A quienes se sacan el pan de la boca para darles a otros.
A quienes las necesidad de los demás les arrebatan el sueño.
A quienes dan lo que tienen y no lo que sobra.
A quienes aún abandonados, deciden ser refugio.
A quienes sientan en su mesa sin tapujos ni lastimas.
A quienes el tiempo no corre. 
A quienes riegan a cualquier otro ser vivo.
A los que no permiten que alguien se sienta incómodo en algún lugar.
A quienes generan conversaciones, cuando leen que otro cuerpo, le cuesta estar en un lugar.
A quienes le buscan la vuelta.
A quienes proponen, a quienes resuelven.
A quienes dicen no sé, pero que, aún no sabiendo, se preocupan por aprender.
A quienes no prometen en vano y saben la importancia de la palabra.
A quienes respetan a la niñez y se dejan atravesar por sus niños interiores.
A quienes deciden seguir viviendo aún no siendo elegidos.
Los que se caen, se levanta y reecomienzan un sin finde veces.
A quienes hacen liviano el andar de quienes estamos descubriendo la vida.
A quienes tratan de amenizar los dolores de crecer.
A quienes enseñan por el simple goce de disfrutar del encuentro con un otro.
A quienes no necesitan demostrar lo que saben, sino más bien, enseñan con su existencia y andar.
La gente que come barro y escupe sangre, para vivirlo sin necesidad de que se lo cuenten.
A quienes los discursos fatalistas, el pesimismo social no seduce y se enfilan a enamorar a los demás.


Esa gente, amuletos sagrado, bastiones de luz e imprescindibles sin rostros.
A esa gente, quiero encontrar en el fuego de la vida, para enamorarnos y salir a construir en las ruinas de estos tiempos, una razón de vivir.

 

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